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Hondureño sobrevive en una cueva en Nueva Jersey.................!!!!!!!!
Publicado por EL FLACO en 11:29:00 p. m.
PLAINFIELD, NUEVA JERSEY.- Desde hace varios meses, un grupo de inmigrantes centroamericanos, entre ellos un hondureño, sobreviven en cuevas improvisadas en Plainfield y North Plainfield, en Nueva Jersey.
Una de ellas es llamada “la cueva del diablo”; otra es “la cueva de la siguanaba”. Los hombres perdieron su empleo o no pueden encontrar uno debido a la crisis económica.
Las cuevas son un testimonio de la dureza con que la crisis está golpeando a los inmigrantes, especialmente a los jornaleros indocumentados, a los que les es más difícil acceder a la ayuda del gobierno, y que quedan literalmente a su merced tras perder sus empleos.
Algunos de estos inmigrantes, de origen centroamericano y que viven desde hace tres meses en esos sitios, accedieron a contar la historia de cómo perdieron sus trabajos y acabaron allí cuando no pudieron pagar los cuartos que ocupaban.
Martín González, un hondureño de 30 años que recién llegó a las cuevas hace una semana, no puede encontrar trabajo a pesar de que asegura que es un experto en la construcción.
De los cinco inmigrantes entrevistados es el único que tiene familia en el área, pero está separado y decidió irse de su casa ante la presión de su esposa porque no traía dinero al hogar.
Otro de los residentes es Demesio Flores, un salvadoreño de 45 años, que vestido con una chaqueta, tres sacos y una gorra trata de combatir las gélidas temperaturas. Explica que trabajaba en una fábrica de empaques, llevando “una vida normal”, hasta que lo despidieron en septiembre pasado.
“Entonces mi vida cambió, no pude pagar los 300 dólares mensuales de renta del cuarto y me quedé en la calle”, aseguró. Ahora vive con un grupo de entre 6 y 10 inmigrantes desamparados en la “cueva del diablo”.
Respecto al nombre, (la cueva del diablo), Flores explica en tono irónico que es “porque los que vivimos aquí le hacemos frente a la vida y no cualquiera lo hace”.
El improvisado refugio está debajo del porche de una vivienda abandonada en las inmediaciones de Plainfield. Tiene unos 8 por 12 pies de planta por 4 de altura y al mismo sólo se puede ingresar arrodillado.
En este espacio duermen los inmigrantes desamparados, acostados sobre cartones y protegidos únicamente con una frazada.
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Por fuera el sitio es imperceptible, porque está cubierto con maderas cruzadas que muy poco dejan ver hacia el interior, pero que no impiden que el gélido viento penetre con efectos devastadores para sus vulnerables moradores.
La policía ocasionalmente retira a los hombres del lugar, pero ellos siempre regresan.
“Este sitio es mejor que andar deambulando por las calles toda la noche”, afirma Israel Rodríguez, un salvadoreño de 43 años que lleva tres meses viviendo en la “cueva del diablo”, luego de perder su trabajo como jardinero en un club de golf.
Los hombres explican que cuando consiguen trabajo, que es muy ocasional en estos tiempos de crisis, compran comida caliente.
Un día normal de estos hombres empieza sobre las 7 de la mañana cuando se paran en la esquina de la calle East Front y la avenida Central, en Plainfield, y esperan hasta las 10 u 11 de la mañana, hora en que si no han encontrado trabajo, ya saben que será otro día que pasarán en blanco.
En ocasiones buscan comida en la basura de algún negocio del área, a veces la gente les da algo de dinero para comprarse una sopa, otras veces se deben ir con el estómago vacío.
La segunda cueva se encuentra detrás del estacionamiento de un edificio en construcción, en las inmediaciones de Plainfield, y se la conoce como “la cueva siguanaba”. En ella viven unas 10 personas. La tercera cueva está en el área de North Plainfield y es una cueva junto a un puente donde caben dos o tres personas.
Consultados sobre si desearían volver a sus países de origen para no seguir viviendo en las condiciones actuales, los cinco hombres coincidieron en que regresar sería peor porque acá tienen la esperanza que su situación cambiará.
Todos los hombres mantienen la esperanza de volver a encontrar un trabajo que les permita volver a vivir en una casa y de una forma más digna.
Aseguran que en la solidaridad de sus compañeros encuentran un alivio a las penurias diarias.
Alfredo Aguilar, un salvadoreño de 37 años, explica que los inmigrantes que viven con él en la “cueva” se han convertido como en su familia. “De lo malo sacamos lo bueno, a veces nos pasamos toda la noche contando chistes y así se nos va el tiempo”, asegura.
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